Cuando era muy niño, de vez en vez veía que mi madre ponía muchas
veladoras en la casa… agua en un vaso y un plato con sal… Decía que era para
las ánimas que venían a casa en esos días... no podía imaginar a que se
refería, ¿qué eran las animas?... no lo sabía… pasaron los años y recuerdo que
en una visita al Museo Anahuacalli, una visita a la que me habían enviado en la
escuela, vi lo que eran las ofrendas y me impresionó… . Con una cara de susto y
los ojos desorbitados miraba a mi papá incrédulo de lo que estaba viendo… los huesos de los cuerpos fuera de las tumbas
en situaciones por demás inverosímiles y llenos de un aroma a flores, copal y
cera… Don Rafa, mi padre me abrazó y me dijo que eso hacía el resto de la gente
en esos días… que era algo que venía de antes de Colón… -qué extraño- dije yo… -No hijo, los extraños somos nosotros- me dijo
él… A partir de ese año, cada año
intentaba recrear las ofrendas que vi en el museo… años tras año era una lucha
entre mi madre y lo que a mí se me ocurría… ¡yo quería flores, retratos, mucha
comida y pan…! ¡Ah como me acuerdo del aroma del pan y el copal! No fue sino
hasta que tuve mi casa que la primera vez que puse una ofrenda de muertos que me di el gusto de decorarlo como a mí se
me ocurría… y a lo primero que me enfrente fue a que visualmente eran muy linda…
pero no tenía ningún muerto a quién ofrecérsela, eso me hizo sentir muy mal,
porque de repente había deseado tener al menos uno a quién ponerle un altar…
Cuando en mis primeros años de facultad, comenzaron a morir gente que yo
conocía… de repente y sin darme cuenta, mi altar se había llenado de fotos y
papelitos con el nombre de mis “amigos de carrera” eran los años más críticos del
SIDA y eso no nada más llenó mi mesa en casa, me ocupó de poner ofrendas en
festivales de concientización en la “Plaza de Río de Janeiro” una plaza muy
cerca de donde entonces vivía, ajeno a todo y a todos… Poco a poco fui haciendo
lo que mi madre hacía, deje de poner flores y comida porqué cada vez eran más
las veladoras que ocupaban el espacio y siempre me aterraba que mis perros en
el afán de comer lo que veía… tiraran algo y pasara una desgracia… Entendí a mi
madre… esa fue la razón, por la que ella no ponía nada de lo que yo veía en la
casa de mis vecinos y en el Museo... siempre estuve rodeado de católicos… y siempre anhele mucho de lo que ellos hacía…
Una vez en uno de esos emocionados días hice una “Catrina” de 180 de alto… la
hice toda de cartón y la vestí de rosa mexicano con pedazos de papel crepe como
escamas… un gran sombrero y unas inmensas alas de murciélago… Esa catrina ha
sido el centro y el alma de muchos festejos, en casa y en galerías y museos… y
en algunos locales de negocios familiares y de algunos amigos.
Con los años se transformó lo que yo hacía tan solemnemente… la gente
enloquecida te gritaba -¡¡¡Feliz día de muertos!!!- como si fuera algo que
tuviera que celebrarse y vivirse con alegría… jamás entendí lo de ir a fiestas disfrazado,
jamás se me ocurrió tal cosa… y no por una falsa sensación nacionalista sino
que simplemente… no era algo que estuviera en mi contexto… en mi casa no se
acostumbraba, no se entendía y se consideraba hasta de mala educación hacer una
fiesta en medio del dolor de algunas personas… Una vez, recuerdo la primera vez
que supe aquello de “Pedir calaverita”. Mi hermana mayor se casó un 1 de
noviembre, había tanta gente en la fiesta y era tanta la preocupación por atenderla
que “los niños” de la casa se les
olvidaron a los mayores… mi hermano y yo nos salimos a la calle… y así vestidos
con un traje de fiesta y corbatín… le pedimos a los vecinos que nos hicieran
una calavera como la de ellos… eran de cajas de cartón para los zapatos, de una
simpleza que maravillaba, tan sólo triángulos en los ojos y nariz u una línea
con dientes en la boca… una vela dentro y una ranura arriba para que cayera el
dinero que se pedía.. –“me da mi calaverita”- decíamos… A alguien de la fiesta
le causo mucha gracia vernos a mi hermano y a mí, muy trajeados pidiendo dinero
que le pareció sencillo decirle a mis papás… Cuando Don Rafa y Doña Carmen se
enteraron, no te cuento Gil, como nos fue, estaba mi madre muy ofendida porque
sus hijos pedían dinero y mi padre que siempre fue mucho más adaptable tan
sólo se reía y le decía -negrita, los
niños no saben, no te enojes-,-Anda, dile a tu mamá que lo no vuelves a hacer y
vete a lavar- nos dijo a mi hermano y a mí. Ahí termino mi carrera de pedigüeño…
y jamás disfrute de algo similar.
Ahora, ha quedado muy lejos aquellos años de querer tener un muerto y
bailar con él en esas fechas… Por años puse las fotos de mis amigos muertos, de
alguno de mis perros… hasta que todo cambió para nunca más ser igual un 24 de
diciembre murió mi padre y con esa muerte… comenzó el desfile de la gente que
verdaderamente me significaba, al año, murió mi madre… años después Quetoli mi
perrito negro, Libertad, Mi hermano Alejandro, mi hermana Blanca, mi amigo
Javier Salazar, Ernesto, Yoshi y muchos más… Mi altar dejo de tener sólo fotos de amigos
muertos, ahora estaban las fotos de mis
padres y mis hermanos. La ofrenda de muertos tomó un significado diferente, dejé
de ver lo festivo que dicen que es para los
demás… y se convirtió, creo en una celebración de la vida y al menos para mí,
en una nostalgia egoísta por los que ya
no están y sobre todo porque me recuerda mi propia mortalidad y a veces, sólo a
veces,… me asusta pensarlo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario