sábado, 5 de julio de 2014

El circo


Kiko, Paúl y Rene, eran mis vecinos de la esquina, vivían en una  especia de vecindad de buenas familias, limpias y decentes (al menos eso se decía entonces). Ahí no entrábamos fácilmente, había una portera que era como perro de seguridad, en cuanto ponías un pie dentro salía a vociferar que; ¡ ahí no se admitían niños! ... Así que siempre que iba a verlos gritaba a todo pulmón, ¡Kiikooooo! ,¡Kiikooooo!,  Él salía como bala disparada, creo que era el único amigo que tuve cuando era niño, por qué no me acuerdo mucho de otros... Él era el de en medio de sus hermanos, y era el líder, Paúl hacia lo que él decía y Rene que era el más pequeño secundaba lo que a Kiko se le ocurría. Como siempre en una de nuestras vacaciones escolares, no teníamos mucho que hacer. Y el ocio era latente en nuestras vidas, pero siempre fuimos muy fantasiosos y un día mientras Kiko me ayudaba a limpiar la pecera donde teníamos una tortuga que no sé como llego a mí. Se cayó sobre una tablita que a manera de catapulta hizo volar un buzo de plástico... Una imagen llegó a mí cabeza, plaza sésamo estaba en la televisión con una caricatura que enseñaba lo que era arriba y abajo, era un trapecista que caía  en una piscina, ¡era un circo!, ¡¡¡UN CIRCO!!! -dije yo – deberíamos de hacer un circo le dije a Kiko. Le brillaron los ojitos y dijo, ¡Si! Terminamos de limpiar la pecera y nos pusimos a pensar, no teníamos gran cosa, contábamos con una tortuga, un perico y mi talento. Habría que enseñarles algunos trucos a los animales, aprender actos de magia, ser payasos y trapecistas. Y teníamos que hacerlo en esa semana, pues el Circo tenía que abrir sus puertas...  ya. 

En un balde de agua, hicimos un trampolín por donde la tortuga caminaría y al caer al agua, haría saltar a los muñequitos de plástico que poníamos dentro, como si este fuera un espectáculo de grandes magnitudes, como un monstruo que atacaba a unos pobres bañistas. Para poderlo apreciar tal como lo concebíamos, tenían que acostarse boca abajo el público, para que a ese nivel vieran el balde y la caída y todo lo demás.

El perico, poniendo un señuelo, salía de su jaula par alcanzarlo, daría la vuelta a toda la jaula sin caerse y al final diría ¡Perico Burrrro!. Kiko y yo nos colgaríamos de una cuerda,  columpiándonos de un lado a otro y de extremo a extremo nos encontraríamos en el medio para ahí, justo ahí, darnos una luz de bengala, bueno... en realidad eran esas lucesitas que vendían en las navidades y que sacaban muchas chispas... pero era la idea... La bengala debía estar encendida, para hacer el acto más peligroso. Ensayamos casi una semana, todas las tardes, mientras mis hermanas me decían que me quitara del paso. Kiko y yo, parecíamos unos profesionales, lo más difícil era hacer que la tortuga se apresurara, a veces se emocionaba y caminaba rápido y caía, otras veces sólo se metía en su caparazón y no salía más. Y unas veces más, teníamos que empujarla, pero verla caer tirado en el piso, era como ver caer a Godzilla en el mar, el agua botaba hacia arriba, los muñequitos, saltaban y yo me emocionaba. Al perico no tenía que enseñarle mucho, bastaba con ponerle un elote fuera de la jaula y abrir su puerta, para que saliera rápido a comérselo, le daba la vuelta completa a la jaula, tomaba el elote, regresaba y decía  ¡Perico Burrrro!, Nos reíamos mucho Kiko y yo,  Rene el hermano menor haría de payaso junto con Paúl, yo les decía como y que tenían que hacer, sincronizaba los diálogos y los movimientos. Ensayábamos y ensayábamos. Me robe el maquillaje de avón que mis hermanas tenían para los payasos, recuerdo que eran como una tira de colores que parecían caramelos, se desprendía cada color y se ensamblaba con otro color.  

Todo estaba listo para estrenar, hicimos unos carteles, que en realidad eran hojas de block con mis dibujos, por supuesto, de las tortugas, el perico y los payasos,   anunciando nuestro espectáculo. Hacer estos dibujos me llevaba mucho tiempo, pues los coloreábamos con las acuarelas. Rene y Paúl se vistieron con ropa de su papá, que les quedaba grande y era la imagen justa para parecer payasos.  Kiko y yo usábamos pantalones cortos para nuestros números. Y así, el día del estreno,  salimos a la calle a gritar. ¡El Circo!, ¡El Circo esta aquí!, ¡pásele!, ¡pásele!, ¡sólo son 10 Centavos! Y tarareábamos  lo que nos parecía música de circo.   Los demás niños se fueron acercando, hasta las empleadas de mi mamá pagaron para ver la función,  teníamos como 10 personas y les pedimos que se acostaran el en piso, boca abajo. Todos nos hicieron caso, Doña Tere decía que ¿de dónde se me ocurrían tantas cosas? y comenzamos. Imitando la entrada musical de los circos que habíamos visto, comenzamos a cantar kiko y yo... Tata tarara ta ta tara  ta ta tarara ta ta ta tara ta ta Paúl Gritaba anunciando los números; ¡La tortuga gigante! -dijo- Caerá sobre el mar. El público incrédulo aplaudía y observaba como una simple tortuga se ponía en un minúsculo trampolín para luego caer... unos se sorprendían y otros no veían la grandiosidad del acto, -eran demasiado adultos- no se imaginaban a la tortuga gigante caer, así que nos abuchearon. Otros, simplemente sonreían creyendo haber viso lo que nosotros decíamos que se veía. La señora Trina, que era otra de las empleadas de mi mamá, reía a carcajada abierta, diciendo, -¡Ay pipis tú tan ocurrente!- Acto seguido, salieron Paúl y Rene a payasear con un número viejo que habíamos escuchado en la calle, el clásico, -Oye payaso, ¿Por qué tienes la cara pintada?- Y todo lo demás. Cuando nos toco a Kiko  y a mí, me entró lo que se dice "pánico escénico"... Encendimos las luces de bengala y comenzamos a columpiarnos, Kiko hacia girar la varita de bengala y se veían círculos de  luces que me distrajeron y cuando tuve que cruzar con él para que me la diera,  se me cayo. La gente aplaudió, no supe si esto les parecía que era algo bueno o lo hicieron como apoyo, pero me gusto, Kiko se reía y sus mejillas se ponían rojas de la emoción. Me baje a recoger la luz  e hice una reverencia y círculos con la luz;  me aplaudieron más.  Finalmente concluimos con el número del perico, este hizo reír a todos y más a mí, porque el perico en lugar de decir la frase acordada y ensayada, silbo una majadería y todo mundo se rió. La función fue un éxito,  todo se hizo dentro de la casa, en el patio que era muy grande, o al menos me lo parecía en ese entonces. Mis hermanas como siempre sólo observaban a distancia. Mí hermana Lety, tenía cierta complicidad conmigo, había cooperado con algo de dinero para la función. Todo mundo se levanto, las mujeres se sacudieron los delantales y se fueron cuchichiando entre ellas... mis amiguitos  reían mucho. 


La verdad a la distancia no recuerdo si dimos más funciones o no, creo que fue la única, pero lo que si recuerdo muy bien es que la disfrute muchísimo. Ese perico que creo que se llamaba Lorenzo, tenía otras frases en su repertorio que mi padre la había enseñado, finalmente al paso de los años, se murió de viejo. Decía mi papá que tenía como 25 años. Mi tortuga un buen día se salió de la tina donde la teníamos, y supongo que se metió al cuarto que algunas ves fue el cubil de mi hermano y que con los años se convirtió en el lugar de los triques, supongo que se metió ahí porque jamás la volví a ver. 

El Circo cerró sus puertas y quedó muchos años en mi memoria.  Kiko y yo seguimos inventando juegos, seguimos disfrutando de nuestra infancia,  aún, sin que nos diéramos cuenta de ello.