En una largas
vacaciones de verano, que en aquel tiempo se decía sólo “vacaciones”. Como
siempre no tenía nada que hacer, mis alternativas eran muy limitadas, podía ver
televisión que entonces sólo era local, no había cable. El canal 5 con Rogelio
Moreno, sobrino igual que yo del tío Gamboin, programaba horas de caricaturas y
alguna que otra película infantil o podía salir a la calle a andar en
bicicleta o en mis patines, intentar jugar, descubrir la
colonia montado en ruedas yendo mas lejos
cada vez. Quizás hacer algunos encargos para ganarme un dinero cuando era niño
eso era muy apreciado, recuerdo a Cesar un niño que salió en pijama de su casa
sólo porque vio que tenia un "Batimovil" de control remoto que nadie mas tenia:
El y yo nos hicimos muy amigos, era mi álter ego, era fuerte decidido, rudo y
me protegía. Con él salía a las 12 del día a recorrer las dos cuadras más
cercanas a nuestra casa a preguntarles a las señoras que si querían que les
compráramos las tortillas, nos daban sus servilletas nos íbamos a comprarlas a
la colonia Morelos, porque allá la tortillería tenia fama de muy buenas, y porque era
tan lejos, que para nosotros, nos parecía toda una travesía y una aventura.
Cargábamos entre los dos una bolsa muy grande de yute con los kilos de
tortillas, apenas podíamos con la bolsa, a cambio nos daban una propina, que
nos hacia sentir muy bien, mi mamá nunca se entero de esto o eso creía yo,
seguro se habría enfadado. Esa era otra opción de mis vacaciones y la otra,
eran juegos producto de mis fantasías
tan complicados, que no tenían eco en
nadie mas que en mí.
Recuerdo que un día mi padre me llevó al Museo de Arte
Moderno, la construcción era muy adelantada para todo lo que yo veía, era
modernista como entonces se decía. Estaba tan lejos, allá por Chapultepec, que teníamos que
caminar al metro y luego después de un larguísimo túnel y varias estaciones
llegábamos a la estación que nos llevaba al Museo. Mi papá que lo sabía todo de
todo, me dijo que era un museo muy importante. Tenía una exposición de
arquitectura contemporánea futurista, vi maquetas de edificios y casas dentro
de la tierra, en lo que sería la azotea, estaban los montes llenos de pasto y
árboles, vi calzadas, automóviles y
personas en medio de esos montes llenos de verde con edificios en sus entrañas,
me impresionó muchísimo, mí papá me decía que así viviríamos en el año 2000,
que mí hermano estaba estudiando para ser arquitecto y construir casas como
esas,... me impactó. Luego nos metimos a otra sala una obscura llena de pinturas,
eso me gusto mucho más, había esculturas y muchísimos cuadros, pero vi una muy
grande con dos señoras que estaban tomadas de las manos, con el corazón por fuera desangrándose. Me
hizo sentir que mi vida era muy pequeña y que ella debía sufrir mucho pues
tenía unas pinzas deteniendo la sangre de una de sus venas. Seguí caminando viendo pinturas, mi
padre me hablaba de esta y de aquella, y yo lo escuchaba, me sentía en un lugar
mágico lleno de cosas importantísimas,
me sentía observado por todos los cuadros, escuchando las explicaciones de unas jóvenes
uniformadas, hablando de todos y cada uno de los cuadros. Eran un lugar cálido y eso me gustó, me gustó que la gente hablaba en
voz baja, que los niños no corrían, que
la gente leía y hablaba entre si frente a una pintura. Me sentí transportado a
un mundo en el que yo me sentía muy bien.
Ese recuerdo me impacto muchísimo y en esas vacaciones
haría un lugar para mí como el que vi en ese Museo. Así que mi última y mejor
opción era; ¡Tener un Museo para mí!. Paso número uno; tenía que saber en que
parte de mi casa podía hacerlo, por supuesto descubrí que en ningún lado. Mi
madre tenía su taller de costura en casa
con sus empleadas, siempre había más gente que la misma familia, mis hermanas
eran muchas 5 y si bien había cuartos para
todos, no había uno para mí, el que estaba debajo de las escaleras, era el
cubil de mi hermano mayor que estaba estudiando para hacer casas, sólo que él
siempre estaba bien vestido y no como los señores que veía como construían casas por
ahí, años después entendí la diferencia. Seguí buscando el lugar idóneo, y
descubrí a la mitad de la cerrada donde vivía un camión lechero abandonado que
tenía un gran espacio atrás. Se abría por ahí con dos puertas pesadas hacia
fuera como las del museo. Sólo estaba sucio, pero se solucionaba con jabón y
agua. Lo lavé y limpié a conciencia, tenía que verse como el Museo de arte
Moderno, era oscuro también, pero algo
de luz, tenía que ponerlo igual o mejor. Días después de que lo limpié, en las enciclopedias
que mi papá compraba, vi que antes de esas pinturas que vimos, había muchas
cosas más, estaban los griegos, los fenicios, los egipcios y los aztecas, pero
antes, antes estaban los prehistóricos con sus pinturas y sus lanzas. Yo iba a
contar esa historia en mi mueso y le haría como allá, un recorrido y les
contaría cuadro por cuadro la historia. Así que con el dinero que ganaba
haciendo mandados de las tortillas, fui con Doña Lupe una señora que no se
cansaba de contarme lo buena alumna que era su hija, que teníamos la misma
edad, pero era la dueña de la única papelería cerca que yo conocía y además ahí
me dejaban ver una por una, todas las monografías que tenían, y compré todas las que puede de las
civilizaciones más importantes, de la era prehistórica, todo lo que me
resultaba bello e importante. Había una de la mitología griega que me
impresionaba muchísimo. Cuando regrese a casa, recorte cada una de las ilustraciones y descubrí que
eran muy pequeñas, las del mueso eran más grandes tenían que ser más grandes,
pero no vendían de esas, así que me puse a dibujar todas y cada una de las
ilustraciones que más me gustaban para ponerlas en un cartón como marcos.
Recuerdo muy bien que dibuje a “Marte devorando a sus hijos”, “El rapto de las meninas”, a “Hermes” y
“Aquiles”, “El Caballo de Troya”, “La
Gioconda” y un retrato de “Napoleón Bonaparte en su caballo”. También hice en
plastilina, las puntas de lanza talladas en piedra de los hombres de las
cavernas. Vasijas, mascaras y dijes,
platos, y esculturas de torsos, cabezas, manos. En tarjetas escribí cada
detalle de todas esta piezas y ya que tenía
todo, le pedí a Kiko un amigo de la esquina de mi casa que era el único
al que mis juegos le parecían geniales, le pedí que me ayudara, que colgáramos
en el camión las cosas, que cobraríamos
10 centavos por entrar y que le daría la mitad. Se entusiasmo mucho y me ayudo.
Cuando íbamos colgando las cosas le iba contando que era, de que se trataba. Se le veían su ojitos muy
risueños, era muy blanco y se le veían sus cachetes rojos de la emoción y la risa. Tardamos un día entero en hacer
todo esto, los niños de la cerrada estaban intrigados, pero no los dejábamos
entrar, les decíamos que tenían que pagar mañana y que además al dejarlos ver
les contaríamos que trataba cada dibujo. Yo estaba muy contento, no me importo estar todo el día
haciendo eso, Ya había pasado varios
días dibujando y modelando en plastilina todo, cuidándome que mis hermanas no
me tiraran mis cosas a la basura pues decían que puras tonterías se me ocurrían, le implore a mi hermana Lety que me dejara
meter mis plastilinas el congelador para que no se deshicieran, ella acepto,
siempre me decía que si a todo. Así que un día más de trabajo no importaba. Esa
noche dormí muy contento muy emocionado, al amanecer y enseguida que mi padre
se fuera a trabajar iría a ver como se veía lo que hicimos Kiko y yo. Fue una
noche muy larga y muy emocionante, tenía un Museo que les enseñaría a todos en
la calle, estaba feliz, muy feliz.
Por la mañana, desayuné, me bañé y salí lo más rápido que
pude, fui a tocarle a Kiko, él estaba listo también y como si fuera una función
de circo comenzamos a gritar en la calle, ¡pásele, pásele! ¡El único Museo cerca
de usted, podrá ver la historia de nuestros antepasados, podrá ver como Marte
devoró a sus hijos, pásele! Los niños de la cerrada tenían mucha curiosidad y
pagaron sus 10 centavos por subirse al camión. El espacio era el que un camión
repartidor de leche necesitaba, quiero decir que nadie estaba de píe dentro,
sólo los más pequeños, pero Kiko y yo estábamos de rodillas explicándoles todos
los dibujos, algunas niñas se impresionaban con nuestras historias, y decían
que eso no era cierto, que eran mentiras. Otras sólo se asombraban y veían. No
recuerdo si fueron muchos visitantes o pocos, pero mi vago recuerdo me dice que
fueron muchos niños, y los más grandes querían entrar pero no los dejamos, les
dijimos que tenían que pagar pues eran obras de arte, y que así era. Se reían y se burlaban, yo no
los veía, les tenía miedo, no hablaba porque siempre se burlaban.
Ese fue un día largo y agotador, pero me sentía muy
contento, no recuerdo cuanto dinero ganamos, pero si me acuerdo que compramos
refrescos y Pingüinos para comer, Kiko saltaba de emoción y de gusto, quería
que arregláramos el camión para ir a otras calles con el Museo. Cuando me metí
a mi casa estaba feliz, sentía que todo fue como la visita que tuve con mi
padre, pero mejor pues todo lo había hecho yo. Después de cenar con mis
hermanos y mis papas, me fui a la cama a dormir cansado y emocionado, seguro se
enterarían en las otras cerradas de la colonia, e irían a ver que era eso de lo que tanto hablaban. Mañana irían a
ver el Museo –pensaba emocionado- tenía
que levantarme temprano para limpiar y arreglar alguna pieza que se hubiese movido. Me quedé e dormido con todo eso en mi cabeza.
La mañana siguiente desperté muy temprano, desayuné con
mi papá y me bañé, en cuanto él se fue me salía a buscar a Kiko a su casa, Pero
al llegar a la mitad de la calle lo encontré al pie del camión sentado en el
piso, con su cara impávida, me vio y se levanto, -fue “el pescado”-, gritaba,
-fue él anoche oí sus risas en la calle por mi ventana, fue él... -Las puertas
traseras del camión estaban abiertas. Mis dibujos estaban rotos en pedazos, orinados, las plastilinas estaban llenas de
tierra, aplastadas, deshechas, empalmadas unas con otras, lloré y ahora, en
este momento, lloro al recordarlo, me
dolía desde la base del estomago hasta la quijada. No sabía porque algo tan
bonito, podía terminar así. No los vi, pero en mi cabeza escuchaba y veía las
imágenes de ellos al “pescado” y sus amigos destrozando mis cosas,
destrozándome la emoción. No dije nada, Kiko seguía gritando, -¡vamos a pegarle,
vamos a pegarle!-, decía. Vi a Kiko a los ojos estaba llorando también, no le
dije nada, me di la vuelta y me fui, caminé hasta mi casa, llorando, mi hermana
Lety preguntó qué me pasaba, le dije lo que vi, ella me abrazo y algo que no
puedo recordar me dijo al oído. Me fui a mi cama, y seguí llorando por un largo
rato que se prolongo toda la tarde, seguro que el llanto me agoto y me quede
dormido.
Esas vacaciones
pasaron muy lentas, no salí de mi casa, ya no hice mandados, ni descubría mas
nada de la colonia. Estuve modelando
ballenas y delfines, hasta focas y sirenas en plastilina, llené el congelador
del refrigerador. Lety no me decía nada por guardar mis cosas ahí, alguien
debió tirarlas después, pues no recuerdo haberlas sacado. Veía la televisión
todo el día, Rogelio Moreno y el Tío Gamboin, era mis amigos, leí “Alicia en el
país de las maravillas” y me aterró, ese conejo me persiguió en mis sueños por
muchos años. Así estuve solo y encerrado unas largas vacaciones, esperando regresar a la escuela con la
Srita. Ma. Luisa la bibliotecaria, para que me prestara otro
libro pues ese no me había gustado, siempre hablábamos de lo que leía, en mis
horas de recreo, estaba ahí, en la biblioteca con ella sus libros y mis
fantasías.
Agosto de 1973
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