sábado, 28 de marzo de 2015

"Teatro Blanquita"

El teatro estuvo presente toda mí vida, no fue el teatro culto que los intelectuales proponen, pero era vistoso, atractivo y muy familiar. El día de reyes, mis padres para ausentarse por la noche decían que iban al teatro,  Mamá decía que el dinero;  “era de papel pa´ que vuele y redondo pa´ que ruede”, y cuando fui niño hubo bonanza en casa, hubo buena educación, buena alimentación, buena ropa, muchos regalos y vacaciones muy largas, idas  al cine, al teatro y museos  En esto mis padres tuvieron mucha influencia, a mamá le gustaba ir al "Teatro Blanquita"  el teatro de revista la enloquecía, para mí era como ver “Siempre en Domingo”  pero en vivo. Cuando nos llevaban era todo un acontecimiento,  pues después cenábamos ¡todos en Garibaldi!.

En una de tantas funciones vi a Olga Breeskin, era una mujer que a mis cortos años, quizá 8, quizá 10, me parecía que su parecido con su violín era impresionante,  siempre tocaba la misma pieza, años después supe que era una de Mozart y bailaba haitiano a ritmo de percusiones que encendían mis sentidos. Más tarde salía el Mago Chen kai,  que cortaba en tres  a una persona a la vista de todos, vi a Palillo, que decían que era el papá de Ana Martín, que contaba un chiste que yo no entendía pero que provocaba las risas de los demás, y con una campana en mano bailaba al final. Ahí vi a Lin. May, una bailarina exótica como se decía. Cada vez que bajaban el telón cambiaba la escenografía,  eran bailarines diferentes con trajes espectaculares, la música era en vivo y hasta bailarinas Go-Go  tenían. Siempre estábamos cerca del escenario, íbamos mis padres Lety. Ángeles,  Carmen, mi hermano Radames y yo. Cuando salíamos mi madre estaba realmente contenta, sus ojos brillaban y sonreia mucho,  comentaban la función y quienes les gustaba más y quienes no. Algunas veces  me dijeron que yo en una de tantas, salí diciendo que a mí me habían gustado los trapitos de las muchachas, pues cuando bailaban movían la cadera tanto que su vestuario hecho  para ese fin, se agitaba por el aire y se veía gracioso, ellos se reían cuando contaban  eso.


Saliendo de ahí nos dirigíamos a cenar a Garibaldi. Recuerdo que alguna vez vi a varias chicas con las faldas tan cortas que viniendo de una familia tan estricta y represiva,   me preguntaba intrigado y asombrado si sus padres no les decían nada por  vestirse así. Mi hermana Lety me decía que no las viera porque eran muy groseras,  eso provoco que años después caminado con mi papá y mi hermano el chico, andando por el Metro Candelaria, donde había muchísimas chicas como esas, al verlas baje la vista y camine tan rápido que mi padre y mí hermano se quedaron atrás. Mi papá dijo que por andar de mirón,  no me di cuenta que ellos se quedaron atrás., Sentí tanta vergüenza que no supe que contestar, en realidad no fue así, pero ellos así lo creyeron. Estaba diciendo  que nos dirigíamos a Garibaldi para entrar al mercado de comida, mi mamá que era una experta en eso de comer en los mercados, siempre nos llevaba al mismo local con el mismo señor  y nos sentábamos a cenar,  recuerdo con agrado el sabor de los fréjoles y las tortillas echas a mano y una costilla que me chupaba los dedos, los disfrutaba mucho, todos comíamos hasta hartarnos, y luego pedían postre, el mío era siempre arroz con leche que me servían en una caja gris, creo que disfrutaba más de las cajitas que del arroz mismo, pues nunca  me gustó.

Eran días de tranquilidad  y diversión, mis padres reían y mis hermanos bromeaban, íbamos vestidos con nuestras mejores galas, mi mamá nos hacia camisas y a mis hermanas algunos vestidos. Ellos, mis padres se tomaban de la mano o del brazo y hablaban entre ellos, vigilándonos a todos. El regreso era siempre una parte a pie, y al salir a una avenida grande que no recuerdo el nombre,  mi madre alzaba la mano y con un dedo, paraba  un “Libre” (taxi) decía un “Cocodrilo” cabíamos todos, apretados o amontonados pero ahí íbamos, felices del paseo, de la cena, del espectáculo, de estar juntos. No recuerdo jamás que mi madre se preocupara por la cuenta o las entradas, eran días de bonanza, el taller de costura nos daba para eso y  más. 

Cuando ya era un adolescente las cosas cambiaron,  ya no íbamos al teatro, no podíamos ir todos a cenar fuera de la casa, las cosas cambiaron, el país mismo cambió, pero a lado de todo esto, el teatro siempre me pareció una experiencia única, había una energía que hacia latir mi corazón más rápido,  me hormigueaba el cuerpo de emoción. Además del teatro de revista fuimos a ver comedia y tragedia, “La leyenda de Moctezuma”  Moliere, El gato con botas, comedia musical que era de las favoritas de mis padres y muchísimas más. Seguramente eso me llevo al teatro y la danza. Mis padres me dieron ese regalo. Sin darse cuenta me dieron una vida llena de arte y fantasía, ellos siguieron visitando cada que podían los teatros. Cuando el "Blanquita" cambio de color, ya no asistían ahí, pero si a otros teatros. Cuando eres niño, crees que la forma en que uno vive es la misma en que viven todos, pronto supe que no era así. 

Fui un niño afortunado y haber conocido  el Teatro Blanquita de la mano de mis padres, fue maravilloso.