Kiko, Paúl y Rene, eran mis vecinos de la esquina, vivían en una especia de vecindad de buenas familias, limpias y decentes (al menos eso se decía entonces). Ahí no entrábamos fácilmente, había una portera que era como perro de seguridad, en cuanto ponías un pie dentro salía a vociferar que; ¡ ahí no se admitían niños! ... Así que siempre que iba a verlos gritaba a todo pulmón, ¡Kiikooooo! ,¡Kiikooooo!, Él salía como bala disparada, creo que era el único amigo que tuve cuando era niño, por qué no me acuerdo mucho de otros... Él era el de en medio de sus hermanos, y era el líder, Paúl hacia lo que él decía y Rene que era el más pequeño secundaba lo que a Kiko se le ocurría. Como siempre en una de nuestras vacaciones escolares, no teníamos mucho que hacer. Y el ocio era latente en nuestras vidas, pero siempre fuimos muy fantasiosos y un día mientras Kiko me ayudaba a limpiar la pecera donde teníamos una tortuga que no sé como llego a mí. Se cayó sobre una tablita que a manera de catapulta hizo volar un buzo de plástico... Una imagen llegó a mí cabeza, plaza sésamo estaba en la televisión con una caricatura que enseñaba lo que era arriba y abajo, era un trapecista que caía en una piscina, ¡era un circo!, ¡¡¡UN CIRCO!!! -dije yo – deberíamos de hacer un circo le dije a Kiko. Le brillaron los ojitos y dijo, ¡Si! Terminamos de limpiar la pecera y nos pusimos a pensar, no teníamos gran cosa, contábamos con una tortuga, un perico y mi talento. Habría que enseñarles algunos trucos a los animales, aprender actos de magia, ser payasos y trapecistas. Y teníamos que hacerlo en esa semana, pues el Circo tenía que abrir sus puertas... ya.
En un balde de agua, hicimos un trampolín por
donde la tortuga caminaría y al caer al agua, haría saltar a los muñequitos de
plástico que poníamos dentro, como si este fuera un espectáculo de grandes
magnitudes, como un monstruo que atacaba a unos pobres bañistas. Para poderlo
apreciar tal como lo concebíamos, tenían que acostarse boca abajo el público,
para que a ese nivel vieran el balde y la caída y todo lo demás.
El perico, poniendo un señuelo, salía de su
jaula par alcanzarlo, daría la vuelta a toda la jaula sin caerse y al final
diría ¡Perico Burrrro!. Kiko y yo nos colgaríamos de una cuerda, columpiándonos de un lado a otro y de extremo
a extremo nos encontraríamos en el medio para ahí, justo ahí, darnos una luz de
bengala, bueno... en realidad eran esas lucesitas que vendían en las navidades y que sacaban muchas chispas... pero era la idea... La bengala debía estar encendida, para hacer el acto más peligroso. Ensayamos casi una semana,
todas las tardes, mientras mis hermanas me decían que me quitara del paso. Kiko
y yo, parecíamos unos profesionales, lo más difícil era hacer que la tortuga se
apresurara, a veces se emocionaba y caminaba rápido y caía, otras veces sólo se
metía en su caparazón y no salía más. Y unas veces más, teníamos que empujarla,
pero verla caer tirado en el piso, era como ver caer a Godzilla en el mar, el
agua botaba hacia arriba, los muñequitos, saltaban y yo me emocionaba. Al
perico no tenía que enseñarle mucho, bastaba con ponerle un elote fuera de la
jaula y abrir su puerta, para que saliera rápido a comérselo, le daba la vuelta
completa a la jaula, tomaba el elote, regresaba y decía ¡Perico Burrrro!, Nos reíamos mucho Kiko y
yo, Rene el hermano menor haría de
payaso junto con Paúl, yo les decía como y que tenían que hacer, sincronizaba
los diálogos y los movimientos. Ensayábamos y ensayábamos. Me robe el
maquillaje de avón que mis hermanas tenían para los payasos, recuerdo que eran
como una tira de colores que parecían caramelos, se desprendía cada color y se
ensamblaba con otro color.
Todo estaba
listo para estrenar, hicimos unos carteles, que en realidad eran hojas de block
con mis dibujos, por supuesto, de las tortugas, el perico y los payasos, anunciando nuestro espectáculo. Hacer estos
dibujos me llevaba mucho tiempo, pues los coloreábamos con las acuarelas. Rene
y Paúl se vistieron con ropa de su papá, que les quedaba grande y era la imagen
justa para parecer payasos. Kiko y yo
usábamos pantalones cortos para nuestros números. Y así, el día del
estreno, salimos a la calle a gritar.
¡El Circo!, ¡El Circo esta aquí!, ¡pásele!, ¡pásele!, ¡sólo son 10 Centavos! Y tarareábamos lo que nos parecía música
de circo. Los demás niños se fueron acercando, hasta las empleadas de mi mamá
pagaron para ver la función, teníamos
como 10 personas y les pedimos que se acostaran el en piso, boca abajo. Todos
nos hicieron caso, Doña Tere decía que ¿de dónde se me ocurrían tantas cosas? y comenzamos. Imitando la entrada musical de los circos que
habíamos visto, comenzamos a cantar kiko y yo... Tata tarara ta ta tara ta ta tarara ta ta ta tara ta ta Paúl Gritaba
anunciando los números; ¡La tortuga gigante! -dijo- Caerá sobre el mar. El público
incrédulo aplaudía y observaba como una simple tortuga se ponía en un minúsculo
trampolín para luego caer... unos se sorprendían y otros no veían la
grandiosidad del acto, -eran demasiado adultos- no se imaginaban a la tortuga gigante caer, así que nos
abuchearon. Otros, simplemente sonreían creyendo haber viso lo que nosotros
decíamos que se veía. La señora Trina, que era otra de las empleadas de mi mamá,
reía a carcajada abierta, diciendo, -¡Ay pipis tú tan ocurrente!- Acto seguido,
salieron Paúl y Rene a payasear con un número viejo que habíamos escuchado en la
calle, el clásico, -Oye payaso, ¿Por qué tienes la cara pintada?- Y todo lo
demás. Cuando nos toco a Kiko y a mí, me
entró lo que se dice "pánico escénico"... Encendimos las luces de bengala y
comenzamos a columpiarnos, Kiko hacia girar la varita de bengala y se veían
círculos de luces que me distrajeron y
cuando tuve que cruzar con él para que me la diera, se me cayo. La gente aplaudió, no supe si
esto les parecía que era algo bueno o lo hicieron como apoyo, pero me gusto,
Kiko se reía y sus mejillas se ponían rojas de la emoción. Me baje a recoger la
luz e hice una reverencia y círculos con
la luz; me aplaudieron más. Finalmente
concluimos con el número del perico, este hizo reír a todos y más a mí, porque
el perico en lugar de decir la frase acordada y ensayada, silbo una majadería y
todo mundo se rió. La función fue un éxito,
todo se hizo dentro de la casa, en el patio que era muy grande, o al
menos me lo parecía en ese entonces. Mis hermanas como siempre sólo observaban a distancia. Mí
hermana Lety, tenía cierta complicidad conmigo, había cooperado con algo de
dinero para la función. Todo mundo se levanto, las mujeres se sacudieron los delantales y se fueron cuchichiando entre ellas... mis amiguitos reían mucho.
La verdad a la distancia no recuerdo si
dimos más funciones o no, creo que fue la única, pero lo que si recuerdo muy
bien es que la disfrute muchísimo. Ese perico que creo que se llamaba Lorenzo,
tenía otras frases en su repertorio que mi padre la había enseñado, finalmente
al paso de los años, se murió de viejo. Decía mi papá que tenía como 25 años.
Mi tortuga un buen día se salió de la tina donde la teníamos, y supongo que se
metió al cuarto que algunas ves fue el cubil de mi hermano y que con los años
se convirtió en el lugar de los triques, supongo que se metió ahí porque jamás
la volví a ver.
El Circo cerró sus puertas y quedó muchos años en mi
memoria. Kiko y yo seguimos inventando
juegos, seguimos disfrutando de nuestra infancia, aún, sin que nos diéramos cuenta de ello.